¿Alguien sabe del espacio en el que
se funden las mariposas muertas,
junto con los colores de sus alas?
El espacio entre el vacío y la nada.
Entre el ahogo y el respiro,
seguir caminando aunque sea siempre
hacia el final.
La necesidad absoluta de
contar con los dedos las ganas
que han caído hacia el barranco,
chocando con las dudas,
asesinando a la intriga,
y enterrando la verdad (la vida).
La vida que no se gana ni se pierde,
solo sopla como un viento inhóspito,
como el niño dentro del vientre,
como la carne sin vida entre la raíz de un árbol.
La fragilidad de las cosas y
de un alma cristalina,
que habita en un espejismo de dudas,
que suplica realidad o verdad,
frente a un desierto
donde no puede beberse las lagrimas.
No sabe existir en este mundo,
es que, habita el vacío.
Donde muere y despierta, y
el desvarío se encarga de golpearlo fuerte
en el rostro contra una realidad
que amansa la solución, que la esconde
y la pinta de negro (oscuridad con sabor a miseria).
Apostando a la vulgaridad del todo por el todo,
aunque no haya nada que dar a cambio.
Y andar mendigándose a uno mismo,
con el hambre del vacío.
El hambre de que la soledad
no muerda su falsa sonrisa
y le arranque la verdad,
ni le quite el sobretodo,
sin huesos ni carnes,
quedando su mentira como desnudez.
Es que, en el vacío no hay vergüenza.
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